La casita sin nombre
(De la colección "Cuentos para entender a mamá")
Hubo un tiempo en que mamá se fue.
No muy lejos… solo un poco más adentro de sí misma.
Se mudó a una casa sin nombre,
con techo de barro agrietado
y ventanas que no cerraban bien.
La cocina no tenía muebles,
solo una hornilla vieja y una mesa coja donde a veces lloraba en silencio.
En la habitación, no había clósets.
Solo bolsas con ropa y promesas arrugadas.
El patio era de tierra suelta,
y el lavadero, de concreto áspero,
como las palabras que a veces se decía a sí misma.
Esa casa tenía paredes, pero no abrigo.
Tenía puertas, pero no destino.
Hasta que llegaste tú.
Pequeñito,
con las manos tibias y los ojos limpios.
No sabías hablar,
pero decías todo.
No sabías curar,
pero curaste.
Un día te vio recogiendo piedritas del patio,
y dijiste:
—Mira, mami, una estrella chiquita.
Entonces ella también miró.
Y vio que esa tierra no era solo patio.
Era espacio para sembrar.
Pintaron juntas las paredes con manos y témperas.
Colgaron una sábana como cortina.
Y el lavadero ya no fue tan frío cuando lo llenaron de burbujas y risas.
Mamá no salió de su tristeza de golpe.
Pero cada día, con cada risa tuya,
fue cosiéndose el alma despacito.
Hasta que volvió a habitarse.
Y entonces, esa casa sin nombre,
se convirtió en hogar.
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