“Cuentos para entender a mamá”. Este relato habla de amor incondicional, gratitud profunda y del vínculo invisible pero eterno entre madre e hijo, incluso cuando el camino no ha sido fácil.
El Hijo del Viento
Había una vez un alma que aún no nacía. Desde el cielo miraba hacia la Tierra con curiosidad y una pizca de miedo. Estaba a punto de comenzar su viaje, pero primero debía elegir… a su mamá.
—¿Estás listo? —le preguntó una voz suave como el atardecer.
—Lo estoy… pero tengo una duda —dijo el alma pequeña—. ¿Puedo elegir a alguien que no me abrace siempre, que a veces esté cansada o triste?
La voz sonrió con ternura.
—Puedes. De hecho, muchos de ustedes eligen precisamente eso. No buscas una mamá perfecta. Buscas una mamá que te enseñe, que te empuje a crecer, a amar incluso cuando duela un poco.
El alma miró hacia una mujer en la Tierra. Tenía el corazón roto por dentro, se escondía en el ruido del día y a veces no sabía cómo demostrar amor… pero en sus ojos había una promesa antigua, una chispa de fuerza y una ternura dormida.
—Ella. La quiero a ella.
—¿Estás seguro? —preguntó la voz del cielo—. Hay otras que abrazan más, que ríen más, que están listas.
—Pero ella me necesita. Y yo también a ella.
Y así fue como el alma bajó y llegó a los brazos de aquella mujer.
A veces, la mamá lloraba en silencio cuando creía que nadie miraba. A veces, se alejaba, confundida, perdida entre responsabilidades, dolores pasados y preguntas sin respuesta. No era la mamá de los cuentos… pero era real. Y cada día luchaba, con su manera torpe pero valiente, por estar presente.
Pasaron los años. El hijo creció. Y aunque muchas veces deseó más abrazos, más palabras, más certezas, también aprendió a mirar más profundo.
Entendió que su mamá no era perfecta. Pero había hecho lo mejor que pudo con lo que tenía. Que detrás de cada gesto frío había una historia, una herida, un amor que no sabía cómo expresarse.
Y una noche, ya grande, el hijo la miró y le dijo:
—Gracias por ser mi mamá. Te elegí. Y no me equivoqué.
Ella lo miró, sorprendida. Nadie le había dicho eso antes. Y en ese momento, la mujer cansada se sintió vista. No como madre perfecta, sino como la mujer real que siempre fue.
Y sonrió. Por dentro, se sintió por fin suficiente.
Fin. Creado por Lili Daza
Hablemos por WhatsApp...